Mostrando entradas con la etiqueta cometer un error. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cometer un error. Mostrar todas las entradas

viernes, 12 de junio de 2015

Abismo

Podría tenerlo todo en este momento, en que tranquilamente acaricio tu pelo, y me sumerjo constantemente en tu boca. Pero hay algo en esto. Algo que no podría interpretar con palabras, pues nunca lo había sentido antes. Es como si en verdad, todo esto que hago, lo hiciera solo. Es como si no estuvieras acá. ¿No es extraño? No me hace sentido que me digas que me quieres, y que a veces timidamente me digas que me amas. No me hace sentido que mientras trato de alcanzar tu corazón con la mirada, tus ojos digan otra cosa. Que te enrosques en una caparazón, recubierta por las más hermosas señales, pero que dentro oculte algo. No lo entiendo a decir verdad. Hoy nuevamente me quedo estupefacto, mientras lloras a un costado mio. Intento abrazarte, pero hay un sudor frio e incomodo en tu cuerpo, que traspasa tu ropa. Hay algo en ese gemido, ahi esta la verdad, lo se, pero se me hace imposible llegar a ella. En este momento, esta expuesta la verdadera persona que eres, pero no se que hacer para retenerla. Es aqui donde deberiamos habernos conocido, es en este preciso instante. Pero ya es tarde. Nuevamente y bajo la excusa de un abrazo, tratas de arrimarte sofocada a mi cuerpo inquieto y sediento de tus caricias. Ahi se acaba todo de nuevo. Pienso, y le doy miles de vueltas, tratando de entender que es lo que hay en el fondo de esas lágrimas, de ese pesar. Que hay detras de esa sonrisa que enseñas al mundo, pero esos ojos que encierran tanto dolor, como si les hubieran arrebatado algo. Como si te hubieras acercado demasiado al abismo y el abismo haya penetrado para siempre en ti.

jueves, 16 de abril de 2015

Viaje al pasado

Hay una pelicula en particular, que habla un poco acerca de la imposibilidad de evitar el futuro. Que lo que tenga que pasar, va a pasar no importa como. 

El viaje al pasado poco o nada puede evitar, salvo retrasar lo inevitable.

Hoy pensaba en esa posibilidad... ¿Qué pasaría si pudiera cambiar cada uno de los acontecimientos que ocurrieron en mi vida? ¿Sería hoy una persona diferente, peor o mejor en algún sentido? ¿Podría retener la tan anhelada felicidad?

En verdad -  y luego de meditarlo un rato- no creo que las cosas fueran distintas si pudiera tener esa posibilidad. Creo que de alguna manera, cuando somos incapaces de liberarnos del pasado, y tememos al futuro, este se replica mágicamente en todos los acontecimientos del presente de alguna u otra manera. A veces somos traicionados por nuestro deseo de controlar todos los acontecimientos, con la finalidad de evitar cometer errores, y en otras ocasiones, las situaciones no son suficientes para satisfacer los deseos que contiene nuestro interior. Mirar al pasado, pensando que aun tenemos poder sobre el abraza elementos de sufrimiento totalmente absurdos y observar al futuro con miedo, nos encierra en un circulo vicioso, en donde mucha gente esta encerrada hoy por hoy.-

Entiendo que muchas veces, buscamos a ciegas en otro, lo que en verdad no depende mas que de nuestra propia aceptación y a su vez, la aceptación del mundo. Un mundo cruel a veces, pero que hay que aceptar.

Creo que toda situación que me ha tocado vivir, ha sido de alguna forma gratificante. Hubo un tiempo en donde casi siempre era superado por las situaciones, tratando de ser el "salvador" . Un salvador que lamentablemente, debió haber medido las consecuencias de sus actos en el presente, antes de proyectarse hacia un futuro bastante oscuro.

Siento que de alguna forma, la pelicula tenia razón: es imposible pretender cambiar el futuro, si volvemos al pasado. Las cosas que ocurrieron, estaran ahi siempre, y aunque lo intentemos muchas veces, se repetira el futuro inevitablemente. Creo que hay que mantenerse en el presente, ya que es el unico lugar en donde podemos de alguna forma, tener poder y control sobre todo. Si podemos manejar el presente, y mantenerlo a salvo del pasado y el futuro, tendremos control absoluto de lo que conocemos como tiempo.

martes, 17 de marzo de 2015

Historias



Debo reconocer que hasta hace no mucho tiempo, me aburría escuchar lo que la gente me quería contar. Lo anterior responde a la desilución que tenía hasta hace algún tiempo, de la certeza de que casi todo lo que podía escuchar de alguien, me daba una suerte de seguridad respecto a quien tenía enfrente.


Sin embargo, esa percepción cambio por completo durante el último año. Pude comprender que muchas de las historias que la gente cuenta, están completamente desligadas de lo que realmente hacen en la vida:. Amor, engaños, alegrías, vivencias de toda índole. Es como si fuéramos una especie muy extraña respecto a lo que realmente queremos. Vivimos en una eterna batalla en donde la dualidad de nuestro Yo y nuestro Ego, siempre termina por mantenernos en un cuestionamiento inagotable. Y hay que entender aquella dualidad, abrazando al ser que tienes enfrente. Detrás de aquella historia que escuchamos, hay una mucho más profunda sin ser relatada.


Decir y hacer. Un paso que suena tan simple, pero a la vez, un movimiento de impensadas consecuencias en el tiempo. A veces incluso, poder convertirse en una condena, y en otras ocasiones en el alimento para esta voz interna que exige respuestas. Un movimiento sublime pensado para esta "sinfonía" que conocemos como nuestra vida.


Un coleccionista de historias, es eso en lo que me he convertido. Como un atento alumno deseoso de aprender. Cada una de esas anécdotas que llegan a mis oídos, las atesoro, las repito algunas veces en mi cabeza, y trato de entender la razón por la que las personas son únicas, y que aunque la historia se repita una y otra vez en diferentes personas, es la experiencia la que le da un tenor diferente. 


Quizá de alguna forma, y como cita la divina comedia “lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad”. Todos estamos viviendo la misma historia, contada desde diversos extremos, a veces sin conocernos, pero al fin y al cabo nos ha tocado vivir en esta fábula que llamamos vida, llena de un aprendizaje, que no es otra cosa más que vivir. Sublimarnos con cada momento y con todos aquellos que forman parte de esa irremediable fracción de tiempo destinada a permanecer solamente en nuestra memoria.


Cada vez que escucho una historia, atesoro un valioso fragmento de tiempo, que la otra persona me ha entregado. Un regalo incierto por cierto, pero a fin de cuentas, la vibración de vida que la otra persona ha escogido compartir.




martes, 10 de marzo de 2015

La silla rota



Recogí cada una de las astillas, y una se enterró con fuerza en mi mano, como si quisiera recordar el daño irreparable que le había causado. De alguna manera, los trozos de madera, no solo abrazaban mi mano, tratando de entender la destrucción que había depositado sobre ellos, sino que en la destrucción a la que me estaba forzando a vivir. En como me estaba destruyendo por un sin sentido.
 
Aquella tarde, el silencio se apodero de todo. Luego de la furia desatada, la silla en pedazos sobre el piso. Culpable de nada, la azoté contra el piso una y otra vez, hasta que sus astillas se esparcieron sin sentido sobre la superficie. Iracundo, y enfurecido, trataba de analizar fríamente lo que me había llevado a esa situación, mientras que de fondo, y casi como un eco angelical, sonaban algunos acordes de villancicos navideños. El ambiente estaba impregnado en su gran mayoría por la felicidad y la paz, mientras yo, reposaba en el osario de mis sueños y esperanzas. Abrazado nuevamente por la indiferencia.

La noche se vino, rápidamente. Mientras el silencio gobernaba todo sin la mayor resistencia.  De fondo, el murmullo de la celebración. La situación incómoda, pero sin una disculpa, sin una intención de solucionar. La renuncia a todo era la única forma de vencer ese obstáculo. Hundirse de nuevo en las lagunas de la culpa. Solo enmudecida y secuestrada por el orgullo, permanecían las palabras necesarias.

Y llegó la madrugada, y en un juego enfermo, envueltos en la oscuridad, se prefirió extender la agonía hasta el amanecer. En medio de la oscuridad todo se quebró con un beso tímido, empapado en lágrimas. Un beso que no negaste. Pero que devoraste como si reforzara tu poder y tu dominio.  Luego la pasión, que pretendía reescribir la historia. Pero no fue suficiente. Volvi a dormir, volví a caer.  Y seguí cayendo hasta que un día me desperté en el fondo. Solo, y con la verdad azotándose en mi cara, como aquella silla que rompí en pedazos alguna vez.

martes, 17 de febrero de 2015

Salto de fe




En la pelicula Indiana Jones y la Última Cruzada, Harrison Ford, debía realizar "Un Salto de Fé" hacia un abismo, para poder alcanzar finalmente el Santo Grial. Ciertamente una locura, considerando que era probable que encontrara la muerte arrojandose hacia el vacio. Si tuviste la ocasión de ver la pelicula, te daras cuenta que mágicamente y como toda aventura de ficción, el bueno de Indy, se salvó de milagro, cayendo hasta un puente "invisible", que le permitío lograr su cometido.

Pero nosotros no somos Indiana Jones.

SI pudieramos definir el acto anterior, podríamos decir ciertamente, que es el  creer o aceptar algo intangible o improbable o sin evidencia empírica. No manejar ninguna variable más que el azar y los datos previos. Una locura.


La expresión  originalmente se le atribuye al filoso y teólogo danés, Soren Kierkegaard; aunque el nunca utilizó el término de este modo, sino más bien  como “un salto hacia la fe”. Haciendo referencia a la entrega del hombre a hacia los misterios de la fe.

Imposible e impensable, un salto al vacío, sin ninguna posibilidad de conocer los resultados. 

Hasta hace un poco tiempo, pude conocer a una persona que había depositado todas sus esperanzas y sueños en un proyecto de vida. Un cambio radical en todo lo que implicaba su vida hasta ese momento. Hoy, el resultado de aquel salto de fé, no son más que lágrimas y una gran sensación de vacío y amargura. ¿Qué es lo que había hecho mal? ¿Qué había ocurrido que Dios le había castigado con tan grande decepción, después del amor que había entregado?

No había hecho nada malo por cierto, pero si olvidar que que hay ciertas variables que son imposibles de manejar en la vida. Sobre todo cuando depositamos el resultado de nuestra felicidad y expectativas en otra persona. 

¿Existirá un autoengaño más grande que pensar que la otra persona, esta destinada para cumplir nuestros anhelos?

Desarrollar con el tiempo un apego hacia la persona “amada”, entra en el peligroso terreno del “para que sea feliz”, renunciando a todo lo que somos. 

¿Dónde quedamos nosotros en esa ecuación? ¿Somos realmente felices con este ejercicio, o simplemente, como adictos, transformamos a la otra persona en una suerte de droga? Y es que no es algo alejado de la realidad, pensar que de alguna forma, desarrollamos una adicción a ciertas personas.  Y como buenos adictos, dejamos lo que somos hasta transformarnos en sirvientes de una relación que en muchos casos es completamente dañina. Una relacion debe conformarse por algo reciproco, en equilibrio, responsable, si hacemos el salto, lo hacemos juntos. Si te caes, te ayudo.

Pero, es hacerlo o no hacerlo. Es apostarlo todo por el todo. Una responsabilidad enorme que toma uno en algunas ocasiones de la vida. Y usualmente, el salto es al abismo de la desilusión.

Un salto de fe es una muestra de la más absoluta devoción que profesamos hacia algo o alguien. Quedan pocas personas capaces de hacer eso hoy en día por la misma razón. Sin embargo, también debemos tener claro, que es un salto hacia el vacío, hacia el abismo, en donde si no tenemos la preparación suficiente, podemos pagar caro el daño de la caída.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Errores # 1



¿Qué es lo que había sucedido? ¿Había cometido un error en pedir ayuda a quien amaba? ¿Por qué obtuvo en cambio, una sórdida respuesta a su solicitud? ¿Por qué tenía una muralla de indiferencia en frente? ¿Tenía que sobre eso, soportar aquel castigo que significaba que lo abandonaran, sin mediar palabra alguna? ¿Cómo tendría que haber reaccionado? ¿Amablemente? ¿Humildemente? ¿Humillarse?

 El sentido común indicaba que en ese preciso momento, debió haber terminado con todo. Es decir, ¿De que servía convivir con una persona que no estaba dispuesta a ser una compañera, sino una carga? Una persona que mantenía las puertas cerradas de su mundo, mientras el trataban de comprender una y otra vez que era lo que había hecho mal. La quería más que a nada, se había convertido en su amor ideal.Pero también en una quimera.

Pero perdió el control, y pensó que vaciar su furia en contra, sería una manera de liberarse. Lamentablemente, esa estrategia no tenía sentido: La otra persona estaba cubierta por un manto de indiferencia de la que ya había hecho gala en situaciones anteriores. Finalmente el volcar toda la rabia, solo le significo hundirse en un inexplicable sentimiento de culpa, que tenía solución únicamente en recuperarla a como diera lugar. La única verdad es que se sentía tan solo y dolido, que no soportaba tener que vivir nuevamente la soledad.
¿Recuperarla? ¿A qué precio? ¿Qué había hecho tan malo durante todo ese tiempo para que ni siquiera hubiera existido un ápice de cordura en aquel conflicto en donde se encontraba?

¿Por qué no simplemente todo pudo haberse solucionado con un dialogo sincero entre las partes? ¿Por qué tuvo que abandonarlo, colocando el orgullo por sobre todo lo que significaba aquello para ambos?

Pidió perdón, y solo consiguió alimentar a aquel ser egoísta que tenía al lado, quien además de haberse comportado indiferentemente frente a su dolor, agregó una serie de condiciones para volver a estar a su lado. Eso incluía incluso, dejar de lado a sus amistades, someterse a una vida a su lado, sin futuro, sin poder siquiera atreverse a exigir algo. Estaba sin control, y aún no se explicaba por qué aceptó vivir todo ese proceso. Pero lo aceptó. 

Pasó el tiempo, y el ciclo se reiteró en innumerables ocasiones. Y cada vez el dolor se iba agigantando en su interior. La otra persona nunca preguntó por él. Nunca le interesó. Solo tenía claro que tenía un súbdito al que podía doblegar a su antojo,  al que odiaba y quería. Pero no era más que una carta descartable dentro de las múltiples opciones que se le ofrecían constantemente. 

Hasta que un día, todo ese sufrimiento que había experimentado, hizo cortocircuito en su cabeza. La otra persona finalmente se alejó por una última vez, sin siquiera dirigirle la palabra. Nada había cambiado, desde la primera vez.

¿Qué había en la cabeza de la otra persona, aparte del odio, y el dolor? ¿Qué había detrás de ese ciclo que se repetia una y otra vez?  

Solo había algo claro, la absoluta responsabilidad de prolongar su sufrimiento, no dependía más que de él.