¿Qué es lo que había sucedido?
¿Había cometido un error en pedir ayuda a quien amaba? ¿Por qué obtuvo en
cambio, una sórdida respuesta a su solicitud? ¿Por qué tenía una muralla de
indiferencia en frente? ¿Tenía que sobre eso, soportar aquel castigo que
significaba que lo abandonaran, sin mediar palabra alguna? ¿Cómo tendría que
haber reaccionado? ¿Amablemente? ¿Humildemente? ¿Humillarse?
El sentido común indicaba que en ese preciso
momento, debió haber terminado con todo. Es decir, ¿De que servía convivir con
una persona que no estaba dispuesta a ser una compañera, sino una carga? Una
persona que mantenía las puertas cerradas de su mundo, mientras el trataban de comprender
una y otra vez que era lo que había hecho mal. La quería más que a nada, se
había convertido en su amor ideal.Pero también en una quimera.
Pero perdió el control, y pensó que
vaciar su furia en contra, sería una manera de liberarse. Lamentablemente, esa
estrategia no tenía sentido: La otra persona estaba cubierta por un manto de
indiferencia de la que ya había hecho gala en situaciones anteriores.
Finalmente el volcar toda la rabia, solo le significo hundirse en un
inexplicable sentimiento de culpa, que tenía solución únicamente en recuperarla
a como diera lugar. La única verdad es que se sentía tan solo y dolido, que no
soportaba tener que vivir nuevamente la soledad.
¿Recuperarla? ¿A qué precio? ¿Qué había hecho tan malo durante todo ese
tiempo para que ni siquiera hubiera existido un ápice de cordura en aquel
conflicto en donde se encontraba?
¿Por qué no simplemente todo pudo
haberse solucionado con un dialogo sincero entre las partes? ¿Por qué tuvo que
abandonarlo, colocando el orgullo por sobre todo lo que significaba aquello
para ambos?
Pidió perdón, y solo consiguió
alimentar a aquel ser egoísta que tenía al lado, quien además de haberse
comportado indiferentemente frente a su dolor, agregó una serie de condiciones
para volver a estar a su lado. Eso incluía incluso, dejar de lado a sus
amistades, someterse a una vida a su lado, sin futuro, sin poder siquiera
atreverse a exigir algo. Estaba sin control, y aún no se explicaba por qué
aceptó vivir todo ese proceso. Pero lo aceptó.
Pasó el tiempo, y el ciclo se
reiteró en innumerables ocasiones. Y cada vez el dolor se iba agigantando en su
interior. La otra persona nunca preguntó por él. Nunca le interesó. Solo tenía
claro que tenía un súbdito al que podía doblegar a su antojo, al que odiaba y quería. Pero no era más que
una carta descartable dentro de las múltiples opciones que se le ofrecían
constantemente.
Hasta que un día, todo ese
sufrimiento que había experimentado, hizo cortocircuito en su cabeza. La otra
persona finalmente se alejó por una última vez, sin siquiera dirigirle la
palabra. Nada había cambiado, desde la primera vez.
¿Qué había en la cabeza de la otra persona, aparte del odio, y el dolor? ¿Qué había detrás de ese ciclo que se repetia una y otra vez?
Solo había algo claro, la absoluta responsabilidad de prolongar su sufrimiento, no dependía más que de él.
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