jueves, 19 de febrero de 2015

El Ataúd



Se despertó como todas las noches, tratando de distinguir si estaba dentro de un sueño, o una pesadilla. La oscuridad lo engullía con facilidad, mientras los latidos de su corazón se aceleraban con prisa. El despertador sonó como costumbre a las 3 de la mañana. 

Trató de reincorporarse difícilmente a la realidad, entre una mezcla de sollozos y agitada respiración. Le zumbaban molestamente los oídos y un sentimiento indescriptible se instalaba en su pecho. Lo conocía, sabía que era, pues no era la primera vez que lo experimentaba, pero en esta ocasión tenía una percepción diferente de él.

Muchas veces, durante incontables meses repitió esta rutina. Cada vez que despertaba, añoraba poder abrazar a alguien en medio de esa oscuridad, alguien que pudiera protegerlo de aquella siniestra canción de muerte nocturna que lo atormentaba, la misma que ahora penetraba lentamente en su pecho y lo llenaba de angustia y aflicción. Estaba solo. Ya no había nadie ahí para él.

Puso atención en aquella voz interior, a aquel gemido, a aquel sentimiento de aflicción.
Por unos minutos, logro callar los demonios que despertaban a esa hora en su cabeza, los que se afanaban a entonar un coro ciclico y destructivo, que debía alimentarse del pasado, de la perdida. De concentrarse en el dolor.

En medio del silencio trato de resolver el enigma oculto de aquella inconsciente liturgia de alborada.

Un escalofrío recorrió su cuerpo., mientras perplejo, descubría la realidad.

Quien clamaba en la profundidad, era el mismo, enterrado en aquel ataúd que creía sería su cuerpo. Su vida, sus anhelos, sus expectativas. Todo había cambiado. Pero aún se aferraba con fuerza, casi demencial, a lo que ya no estaba más.

No era necesario estar muerto, para estar enterrado en vida. Eso fue lo que aprendio aquella noche, mientras los demonios miraban con recelo, como su catedral nocturna, se había derrumbado.




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