Facebook,
Instagram, Flickr, Twitter y un largo etcétera. Hoy por hoy, existen una y mil herramientas sociales
en la internet, diseñadas para “acercar a
quien tenemos lejos” (y alejar al que tenemos cerca). Registros digitales, donde las personas pueden vaciar sus bitácoras de vida, cuál "diario de vida de quinceañera". Compartir sus gustos, protestas contra el sistema
y un sinfín de variantes inimaginables. Una necesidad casi irrefrenable de digitalizar la carne, en busca de la aceptación.
Si bien lo
anterior obedece a una imposición de la tecnología y la forma en
que nos relacionamos con los demás, definitivamente aún no estamos preparados
ni poseemos el criterio o la madurez suficiente para controlar este enorme
experimento voyerista del que todos formamos parte, querámoslo o no.
Hemos
transformado nuestras vidas privadas en vitrinas virtuales de lo que queremos
aparentar y lo que queremos atraer. Y lo anterior nos ha obligado a cambiar
nuestra forma de relacionarnos en pareja: Hombres y mujeres buscan reflejar en
sus vitrinas digitales, “el amor verdadero”, el “cariño” y todas las virtudes
del amor, publicándolas a los 4 vientos digitales. También llorando o
maldiciendo las relaciones terminadas. Una nueva era de amor robotizado y
mecanico.
Entablar
una relación hoy por hoy, se vuelve un completo desafío, cuando tenemos que
luchar en contra de los gigantescos universos digitales personales. El
verdadero juego de la confianza comienza cuando nos damos cuenta que en muchos
casos, en que las personas no piensan renunciar a sus universos digitales, y
quieren a toda costa seguir estando presentes como el palto de fondo, sin
perder la posibilidad que tienen el momento, pero no aferrarse a ella.
Como sea,
estamos frente al argumento del “Asno de
Buridán”, el que cita una paradoja de nuestros tiempos digitales:
“El Asno de Buridán, hace referencia al caso
absurdo de un asno que no sabe elegir entre dos montones de heno y que a
consecuencia de ello, termina muriendo de inanición”.
Y aunque
parezca extremo, el efecto es similar. Vivimos rodeados de posibles “candidatos”,
de opciones “virtuales”, posibilidades ilimitadas, pero a la vez, bajo un
tortuoso ejercicio de comparación, de contaminación mediática, no solo por la despiadada publicidad, sino que también por nuestros propios "amigos". Las redes
sociales se han vuelto hoy por hoy en nuestros confesionarios, y nuestras salas
de liturgia. ¿Bajo qué resorte una relación puede sobrevivir si siempre está expuesta
a la comparación mundo digital? ¿Cómo puede permanecer una pareja unida, si
constantemente está expuesta al ejercicio extenuante de la duda y la exaltación de la perfeccción? ¿Cómo olvidar
una relación en un mundo completamente conectado, y que almacena cada uno de
los recuerdos, amistad, y palabras que formaron parte de esa relación?
Sin duda
nos encontramos en una complicada fase para las relaciones humanas. Una en
donde se han convertido en un bien de consumo más.
Es evidente que la única manera de restaurar y evolucionar, es volviendo a humanizar las relaciones de pareja, quitando este frenesí violento de los medios digitales, que pretenden formar un producto de algo que jamás lo ha sido.
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