miércoles, 25 de febrero de 2015

Extrañar



 ¿Qué extrañas hoy en tu vida? ¿Situaciones, personas, cosas? Un inevitable sentimiento producido por el apego, Extrañar. Hoy por hoy, la gente ha desarrollado una inevitable práctica, que le produce diversas complicaciones en su vida diaria.

 Nuestros pensamientos comienzan a jugarnos malas pasadas, y a veces el “Extrañar” se convierte en un ciclo reiterativo, del que parece no podremos salir nunca.

Sobre la palabra, su definición dice lo siguiente:
Echar de menos a alguna persona o cosa o Notar la novedad de algo por no estar acostumbrado a ello.


Usualmente el sentimiento de extrañar, es precedido por un manto de tristeza, y vacío. Comienza en ese momento una serie de fenómenos mentales, que se traducen en preguntas sin respuesta (¿Por qué paso esto? ¿Por qué paso esto otro?), reminiscencias (Revivir una y otra vez selectivamente los recuerdos), y finalmente en muchos casos, sufrimiento sin final (La pérdida se sobrepone a cualquier posibilidad de curación). Sufrimiento que en la mayoría de las ocasiones, se convertirá en una pesada carga durante el tiempo en que no podamos asimilar el “dejar ir”.


Extrañar, echar de menos. Sin darnos cuenta, en algún momento nos volvimos dependientes de situaciones, personas o cosas para poder funcionar de manera normal.  Desconozco a ciencia cierta, si este sentimiento es una respuesta normal del ser humano como especie, o fue algo que comenzamos a desarrollar en la medida en que nuestra conciencia se fue asentando en el cerebro. Nuestro organismo – casi automáticamente-  se ve seriamente afectado mientras dure el proceso. Puede ser algo muy pequeño, casi imperceptible, pero los efectos en el largo plazo, se presentan como evidentes desordenes de salud, tanto física como mental. Pérdida de peso, enfermedades de diversa índole, depresiones e incluso sicosis. 

Esta situación que hemos escogido vivir, tiene una finalidad: despertar del letargo ilusorio al que nos hemos sometidos de forma voluntaria.
No satanizaré el “Extrañar”, creo que en algunas situaciones, se justifica, pero como un aprendizaje. Un aprendizaje necesario en esta vida en donde debemos comprender que nadie es de nadie. Donde necesariamente, debemos aprender a saborear cada uno de los momentos, en el presente, y no alimentarnos del pasado, que ya no volverá.

lunes, 23 de febrero de 2015

El Asno de Buridán




Facebook, Instagram, Flickr, Twitter y un largo etcétera.  Hoy por hoy, existen una y mil herramientas sociales en la internet, diseñadas para “acercar a quien tenemos lejos” (y alejar al que tenemos cerca). Registros digitales, donde las personas pueden vaciar  sus bitácoras de vida, cuál "diario de vida de quinceañera". Compartir sus gustos, protestas contra el sistema y un sinfín de variantes inimaginables. Una necesidad casi irrefrenable de digitalizar la carne, en busca de la aceptación.

Si bien lo anterior obedece a una imposición de la tecnología y la forma en que nos relacionamos con los demás, definitivamente aún no estamos preparados ni poseemos el criterio o la madurez suficiente para controlar este enorme experimento voyerista del que todos formamos parte, querámoslo o no.

Hemos transformado nuestras vidas privadas en vitrinas virtuales de lo que queremos aparentar y lo que queremos atraer. Y lo anterior nos ha obligado a cambiar nuestra forma de relacionarnos en pareja: Hombres y mujeres buscan reflejar en sus vitrinas digitales, “el amor verdadero”, el “cariño” y todas las virtudes del amor, publicándolas a los 4 vientos digitales. También llorando o maldiciendo las relaciones terminadas. Una nueva era de amor robotizado y mecanico.

Entablar una relación hoy por hoy, se vuelve un completo desafío, cuando tenemos que luchar en contra de los gigantescos universos digitales personales. El verdadero juego de la confianza comienza cuando nos damos cuenta que en muchos casos, en que las personas no piensan renunciar a sus universos digitales, y quieren a toda costa seguir estando presentes como el palto de fondo, sin perder la posibilidad que tienen el momento, pero no aferrarse a ella.

Como sea, estamos frente al argumento del  “Asno de Buridán”, el que cita una paradoja de nuestros tiempos digitales:

“El Asno de Buridán, hace referencia al caso absurdo de un asno que no sabe elegir entre dos montones de heno y que a consecuencia de ello, termina muriendo de inanición”.

Y aunque parezca extremo, el efecto es similar. Vivimos rodeados de posibles “candidatos”, de opciones “virtuales”, posibilidades ilimitadas, pero a la vez, bajo un tortuoso ejercicio de comparación, de contaminación mediática, no solo por la despiadada publicidad, sino que también por nuestros propios "amigos". Las redes sociales se han vuelto hoy por hoy en nuestros confesionarios, y nuestras salas de liturgia. ¿Bajo qué resorte una relación puede sobrevivir si siempre está expuesta a la comparación mundo digital? ¿Cómo puede permanecer una pareja unida, si constantemente está expuesta al ejercicio extenuante de la duda y la exaltación de la perfeccción? ¿Cómo olvidar una relación en un mundo completamente conectado, y que almacena cada uno de los recuerdos, amistad, y palabras que formaron parte de esa relación?

Sin duda nos encontramos en una complicada fase para las relaciones humanas. Una en donde se han convertido en un bien de consumo más. 

Es evidente que la única manera de restaurar y evolucionar, es volviendo a humanizar las relaciones de pareja, quitando este frenesí violento de los medios digitales, que pretenden formar un producto de algo que jamás lo ha sido.

jueves, 19 de febrero de 2015

El Ataúd



Se despertó como todas las noches, tratando de distinguir si estaba dentro de un sueño, o una pesadilla. La oscuridad lo engullía con facilidad, mientras los latidos de su corazón se aceleraban con prisa. El despertador sonó como costumbre a las 3 de la mañana. 

Trató de reincorporarse difícilmente a la realidad, entre una mezcla de sollozos y agitada respiración. Le zumbaban molestamente los oídos y un sentimiento indescriptible se instalaba en su pecho. Lo conocía, sabía que era, pues no era la primera vez que lo experimentaba, pero en esta ocasión tenía una percepción diferente de él.

Muchas veces, durante incontables meses repitió esta rutina. Cada vez que despertaba, añoraba poder abrazar a alguien en medio de esa oscuridad, alguien que pudiera protegerlo de aquella siniestra canción de muerte nocturna que lo atormentaba, la misma que ahora penetraba lentamente en su pecho y lo llenaba de angustia y aflicción. Estaba solo. Ya no había nadie ahí para él.

Puso atención en aquella voz interior, a aquel gemido, a aquel sentimiento de aflicción.
Por unos minutos, logro callar los demonios que despertaban a esa hora en su cabeza, los que se afanaban a entonar un coro ciclico y destructivo, que debía alimentarse del pasado, de la perdida. De concentrarse en el dolor.

En medio del silencio trato de resolver el enigma oculto de aquella inconsciente liturgia de alborada.

Un escalofrío recorrió su cuerpo., mientras perplejo, descubría la realidad.

Quien clamaba en la profundidad, era el mismo, enterrado en aquel ataúd que creía sería su cuerpo. Su vida, sus anhelos, sus expectativas. Todo había cambiado. Pero aún se aferraba con fuerza, casi demencial, a lo que ya no estaba más.

No era necesario estar muerto, para estar enterrado en vida. Eso fue lo que aprendio aquella noche, mientras los demonios miraban con recelo, como su catedral nocturna, se había derrumbado.




martes, 17 de febrero de 2015

Salto de fe




En la pelicula Indiana Jones y la Última Cruzada, Harrison Ford, debía realizar "Un Salto de Fé" hacia un abismo, para poder alcanzar finalmente el Santo Grial. Ciertamente una locura, considerando que era probable que encontrara la muerte arrojandose hacia el vacio. Si tuviste la ocasión de ver la pelicula, te daras cuenta que mágicamente y como toda aventura de ficción, el bueno de Indy, se salvó de milagro, cayendo hasta un puente "invisible", que le permitío lograr su cometido.

Pero nosotros no somos Indiana Jones.

SI pudieramos definir el acto anterior, podríamos decir ciertamente, que es el  creer o aceptar algo intangible o improbable o sin evidencia empírica. No manejar ninguna variable más que el azar y los datos previos. Una locura.


La expresión  originalmente se le atribuye al filoso y teólogo danés, Soren Kierkegaard; aunque el nunca utilizó el término de este modo, sino más bien  como “un salto hacia la fe”. Haciendo referencia a la entrega del hombre a hacia los misterios de la fe.

Imposible e impensable, un salto al vacío, sin ninguna posibilidad de conocer los resultados. 

Hasta hace un poco tiempo, pude conocer a una persona que había depositado todas sus esperanzas y sueños en un proyecto de vida. Un cambio radical en todo lo que implicaba su vida hasta ese momento. Hoy, el resultado de aquel salto de fé, no son más que lágrimas y una gran sensación de vacío y amargura. ¿Qué es lo que había hecho mal? ¿Qué había ocurrido que Dios le había castigado con tan grande decepción, después del amor que había entregado?

No había hecho nada malo por cierto, pero si olvidar que que hay ciertas variables que son imposibles de manejar en la vida. Sobre todo cuando depositamos el resultado de nuestra felicidad y expectativas en otra persona. 

¿Existirá un autoengaño más grande que pensar que la otra persona, esta destinada para cumplir nuestros anhelos?

Desarrollar con el tiempo un apego hacia la persona “amada”, entra en el peligroso terreno del “para que sea feliz”, renunciando a todo lo que somos. 

¿Dónde quedamos nosotros en esa ecuación? ¿Somos realmente felices con este ejercicio, o simplemente, como adictos, transformamos a la otra persona en una suerte de droga? Y es que no es algo alejado de la realidad, pensar que de alguna forma, desarrollamos una adicción a ciertas personas.  Y como buenos adictos, dejamos lo que somos hasta transformarnos en sirvientes de una relación que en muchos casos es completamente dañina. Una relacion debe conformarse por algo reciproco, en equilibrio, responsable, si hacemos el salto, lo hacemos juntos. Si te caes, te ayudo.

Pero, es hacerlo o no hacerlo. Es apostarlo todo por el todo. Una responsabilidad enorme que toma uno en algunas ocasiones de la vida. Y usualmente, el salto es al abismo de la desilusión.

Un salto de fe es una muestra de la más absoluta devoción que profesamos hacia algo o alguien. Quedan pocas personas capaces de hacer eso hoy en día por la misma razón. Sin embargo, también debemos tener claro, que es un salto hacia el vacío, hacia el abismo, en donde si no tenemos la preparación suficiente, podemos pagar caro el daño de la caída.