
Entre su nerviosa sonrisa, se
asomaban neuróticos, de vez en cuando, atisbos de risa y llanto a la vez. Había un sentimiento
indescriptible que se quedaba impregnado en el aire. Sentimientos congelados por un
hechizo abrumador, sicotico y enfermo. Como la necesidad del adicto de seguir consumiendo el veneno que le quita la vida de manera atronadora.
El apretón de manos fue a duras penas,
una pobre gesticulación, que pareció de una falsedad absoluta. Un rápido “¿Cómo
estás?” y otro aún más rápido “Bien, gracias”. En medio de la muchedumbre se
alejó, como si hubiera cometido la osadía de acercarse a un capitulo que había
sido cerrado hace mucho. Para mi, pareció un acto de la más absoluta normalidad, hasta que ese bullicio fue interrumpido por una frase:
-
¿Por
qué lo saludas?
De pronto el silencio, y esa frase.
Gire y vi su rostro lleno de un odio parido. Su rostro amable, como una
máscara, se había perdido, y revelaba en realidad, la verdadera forma de su naturaleza.
Una naturaleza que me negaba a ver, cada vez que se manifestaba. No había en
aquella escena, lugar para el perdón. No existía un ápice de amor. Solo rencor.
Sin duda había cometido un error. Un
error al pretender saludar los restos de
su pasado, que aún permanecían flotando en el ambiente, trizados y perdidos.
Cada uno de ellos, representando una etapa de su vida, como un teatro de terror
ambulante. Una obra de contenido doloroso, pero que de alguna forma, ella no
dejaba ir. Cada esquirla estaba lista para ser proyectada en cualquier momento.
Cada uno de esos personajes, estaban
presos de alguna clase de maldición, viendo como el trofeo que alguna vez les “perteneció”,
se paseaba libremente de la mano de otra persona. Eso era “poéticamente” el
castigo al que sometía a sus anteriores consortes, una vez que el desamor o
cualquier excusa daban lugar al regicidio de rigor. Una llamada de atención
para mi persona. Una bendición y la más terrible condena al mismo tiempo. Sin
embargo, a pesar de estar libres de su conjuro, en sus cuerpos, el veneno
seguía corriendo.
¿En qué momento el veneno fue drenándose
lentamente hacia sus venas?
¿Acaso no pudieron darse cuenta de
lo que les había tocado vivir? ¿Por qué seguían ahí?
Entre caricias, promesas, sueños y
esperanzas. Detrás de una sonrisa, detrás de cada abrazo inocente. En medio de
cada momento que parecía eterno. Cuando se habían dado cuenta, era demasiado
tarde. Ya corría por cada milímetro de
su cuerpo, la ponzoña que había caído gota a gota, en cada uno de los besos que
se esmeraba a cubrir de ternura y piedad.
Tome otro trago de veneno esa noche,
como costumbre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario