La frase anterior, propiedad del escritor
austriaco Stefan Zweig, hace una
comparación entre las virtudes del alcohol y los efectos del amor en las personas. No es casualidad
que la relación con las espirituosas bebidas alcohólicas, tenga mucha similitud
con nuestra relación con las personas. Hay gente que jamás ha bebido una gota de
alcohol, y sin embargo, se han convertido en alcohólicos emocionales, presos de
relaciones obsesivas. Relaciones en las que pierden la dignidad y sufren daños
irreparables a nivel físico y emocional.
Una Copa de Más
Negar que los efluvios mágicos de
una copa de vino -consumida responsablemente-
nos puedan llevar a experimentar placenteras sensaciones, sería negar que el
amor a veces nos haga sentir más cerca del cielo que de la tierra. Ambos
efectos podrían ser descritos como la “locura voluntaria” de la que habla
Séneca. Y si bien el enamoramiento en algunas personas, comparte muchas características con el consumo de bebidas alcohólicas, esta relación
siempre camina en el delgado hilo que
separa el placer de la adicción.
¿Qué
ocurre cuando nuestros sentidos sucumben ante la adicción del alcohol?
Pues
algo muy similar cuando sucumben ante el efecto de un enamoramiento
desenfrenado. Rápidamente, las maravillas se transforman
en la peor pesadilla para nuestra salud. El sabor aterciopelado del alcohol, es
reemplazado por el repugnante tufo del vomito saliendo de nuestra boca. La
resaca danzante como el infierno en nuestra cabeza. Y aunque muchos conozcan
los resultados desastrosos de la ingesta
en exceso, vuelven una y otra vez a repetir el amargo espectáculo de la
borrachera.
Una relación amorosa, carente de
responsabilidad, puede llevarnos a tener una “resaca emocional” de impensadas
consecuencias. Es una buena razón conocer nuestros límites, porque lo que nos
jugamos en una relación inconsciente o en piloto automático, es nuestra
dignidad, lo que somos y lo que nos define. Un juego peligroso. Una ruleta rusa
apuntando directamente a nuestra sien, en donde el resultado es perder. Una conducta
obsesiva, que nada tiene que envidiarle al alcoholismo.
¿Y cómo se puedo ser responsable en una relación?
Conozca sus límites.
Nunca ponga en tela de juicio su
dignidad como persona. Ponga la alerta. No confunda las cosas. Vivimos en una
sociedad que le ha dado propiedades mágicas al enamoramiento y por lo tanto, al
idealizar exageradamente a las personas. Ponga los pies en la tierra. Ponga a
su pareja en la tierra. Nos relacionamos con personas. Con sus defectos y
virtudes. No se aferre al dolor con
normalidad. Cuando una relación le
impide funcionar bien como persona, es el momento adecuado para buscar ayuda y
replantearse el vínculo. Amar es una decisión. Pero cuando se transforma en una
obsesión, no hay nada que la diferencie del alcoholismo.
En este escenario, es muy común toparse
con psicópatas y narcisos, quienes pueden aprovecharse hábilmente de personas susceptibles
a conductas obsesivas, para poder obtener jugosos dividendos. Por eso es
necesario poder revisar constantemente, nuestros valores y principios, sobre
todo el principal, que es la autoestima, el valor propio. (y no el ego como
muchos afirman). Ellos serán pilares fundamentales en situaciones de riesgo.
Recuerde que el principal riesgo es
perderse uno mismo en conductas altamente destructivas. Y si el amor con
ciertos personajes, significa destruirse en el proceso, es mejor estar solo.
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