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martes, 7 de junio de 2016

Durmiendo con Dios



Fumó otra calada de su cigarrillo, mientras le daba la espalda. La luz era tenue. La ampolleta de ahorro de energía era de bajo voltaje, por lo que la penumbra dominaba gran parte de la habitación. El humo parecía dibujar una serie de formas en el aire, pero al final, solo era humo tóxico, tan tóxico como la conversación que estaba sosteniendo.

-      -  ¿De cuál actitud me hablas?
-       -   De esa misma. Esa con la que me estás hablando en este mismo momento. ¿Acaso no te das cuenta?
-        -  No. ¿Qué hay de ti?
-         - No estamos hablando de mí, estamos hablando de ti. ¿Cómo no te das cuenta que tu actitud, siempre disconforme, defensiva y huraña me está haciendo daño?
-          -No se dé que hablas. Yo te amo a mi manera. Pero si no te gusta, me puedo  ir.
-          -¿Así de sencillo?
-          -Así de sencillo. No eres el único que está ahí. Hay otros.
-          -Entiendo. Entonces, esto siempre fue así. Debería haber entendido, desde el principio que esto estaba destinado al fracaso. Pero me dejé llevar por la apariencia, por lo externo. Si era tan fácil y sencillo mirar a tu interior y darme cuenta que no había nada más que Displicencia.
-          -No entiendo lo que me dices. Déjame en paz.
-          -Te comportas como un Dios que no existe. .. No me escuchas.

La palabra Displicente, proviene del latín, y según su raíz morfológica, es todo lo opuesto al placer. En otras palabras, la finalidad es “desagradar”. ¿Y cómo podría ser beneficiosa ese tipo de actitud en alguna relación? ¿Puede la simpatía que existía en principio, transformarse en displicencia? La verdad es que no. La simpatía no se transmuta en displicencia, y mucho menos en alguna variación antipática. Una sana forma de relacionarse, siempre implica interés por el otro, apoyo, soporte, atracción. La displicencia es todo lo contrario. Todo lo anterior se termina transformando en un estorbo.

El ser desdeñoso, resulta muy conveniente para algunas personalidades manipuladoras, pues generan de inmediato una reacción de culpa en el receptor. Y la culpa producida, produce sabrosos dividendos en el corto plazo para una persona  con determinadas características psicológicas, en las que resalta una personalidad narcisista y fatua. En este tipo de situaciones, una persona con problemas de auto estima, podría fácilmente verse expuesta a un desgastante ciclo de “ídolo-adepto”, en donde el riesgo constante es perder la gracia del ser supremo, si deja de hacer los esfuerzos que le caracterizan, o peor aún, recibir algún castigo, dependiendo cual haya sido nuestra osadía.
¿Se ha sentido a veces, como un súbdito tratando de calmar las furias de un Dios furioso?
¿Debe hacer cada vez sacrificios más grandes en pro de mantenerse al lado de alguien?
Relacionarse sanamente, es el producto de la comunicación, la confianza, el apoyo y la admiración por el otro. Lo contrario, de seguro nos va a doler.


jueves, 15 de octubre de 2015

Belleza



“Solo puedo guiarme por lo que veo. Pero me aleja de lo que siento. No importa cuán hermosa pueda ser la rosa que contemple hace unos instantes; ahora que la tengo en mis manos, clava firmemente sus espinas, y trata de alimentarse de la sangre carmesí. ¿Es acaso La belleza, no otra cosa que una ilusión, imposible de alcanzar?. La rosa era hermosa, mientras era lo que era. Al tratar de retenerla, su suerte estaba echada.Aquella belleza se secaría, junto con las gotas de la sangre, que escurrían por mi mano.”

Superficial. Es la forma en la que nos comportamos en sociedad. Es extremadamente complejo, no caer bajo los influjos de la imagen, en un mundo que avanza frenético, en la búsqueda de la perfección como sinónimo de la felicidad. Perfección que termina convirtiéndose en una obsesión difícil de controlar. Tenemos por seguro, que las apariencias, los cuerpos perfectos, las vidas perfectas, son necesariamente sinónimos de felicidad sin freno.

Los circuitos digitales, se ven saturados y colapsados de rostros sonrientes, disfrutando de la vida, Inmortalizando momentos que pareciera, han vivido otras personas. Vivimos en una vitrina, que manejamos a nuestro antojo y quisiéramos llenar en cada momento de los más preciados elementos que podamos encontrar. Nos volvimos esclavos de la belleza superficial, cuando hay ocasiones que en el fondo, en ella se oculta la podredumbre.  Hoy, señalar nuestros sentimientos en la palestra de las redes sociales, o victimizarnos ante el mundo, parecen ser los casos más emblemáticos de una sociedad que se resiste al fracaso, y que pone por encima de todo, el bienestar. Buscamos apoyo y aprobación.  No queremos dolor, no queremos fealdad. Rechazamos todo lo que tenga que ver con la mutación y el cambio. Odiamos la vejez y su aroma rancio. Asimilamos la fealdad con la muerte y la miseria. 

Pero como cita el párrafo de más arriba, es quizás lo ilusorio de la belleza, lo que encierra el verdadero enigma: Hay una belleza invisible detrás del todo. Detrás del halo de la realidad. Una que perdura en el tiempo, y se hace inmortal. Algo que es más que poesía en el tiempo. Quizás como cita el Zen, la belleza solo se encuentra en el momento. Pretender aferrarse a ese momento, es lo que encierra el dolor.