Hábilmente, te haces del control
como costumbre. Y ahí aparece nuevamente el niño herido de mi infancia. Asustado, temeroso. Nunca amado. Siempre un objeto, un siervo, un amante, pero nunca un ser completo. Aquel que pensaba que
la vida sería de una forma completamente a la que le tocó vivir. Lo alzas entre
tus brazos y le prometes redención. Lo seduces y sumerges dentro de tus
tinieblas, que no son otra cosa que tus dominios, en donde el dolor se hace
necesario para vivir. En el borde de la vida y la muerte, pero en verdad, lo
que tú quieres inconscientemente es la muerte, aunque ello implique que tú
mismo desaparezcas.
Durante tanto tiempo, me refugie en
tu regazo, pensando que aquel festín de lágrimas sin derramar, de odio y
recelo, serian una armadura lo suficientemente poderosa para enfrentar al
mundo; para poder interactuar con la gente y sentirme seguro. Pero era
imposible anticiparse al ardid que habías planificado tan sabiamente. Sabías que si me dejabas preso del dolor, tu
presencia se haría más fuerte, y tomarías el absoluto control de todo. Y te
dejé. Te dejé que hicieras las cosas a tu manera. Y me volví un ser
despreciable, y vicioso. Alejado totalmente de la virtud. Dejé que sabotearas
cada uno de los esfuerzos que hice en mi vida, para dejarme siempre en cero, y
gruñendo como un animal herido.
Eso es lo que yo te permití hacer.
No te culpo
por existir. Eres parte de mí, pero no sabía de tu existencia. Creí siempre que
los problemas emocionales venían del exterior, y jamás del interior. Pensaba que eras un mito, una leyenda urbana. Una canción perdida en el tiempo. Fue así
como empecé a observarte, oculto en las mismas sobras que tejiste a mí
alrededor tanto tiempo. Y un día te embosqué, y me di cuenta donde había estado
tanto tiempo. Envuelto en una vida que no quería, en donde no era más que un
actor interpretando un guion que no estaba claro. Relacionado con gente dañina,
gente que no quería sanar y que alimentaban tu presencia. Ya te descubrí y no
caigo en tus trampas. Y sé que hoy no te queda más que disfrazarte de rencor angustia
y violencia, pero es lo único que te queda para seguir reinando un lugar que ya
no te pertenece.